Vierne5./ Editorial.
El fallo del TSJ solo consolida la ilegitimidad de Maduro frente a un rechazo popular que no puede ser ignorado
En un acto que se asemeja más a una representación teatral que a un procedimiento judicial serio, la Sala Electoral del Tribunal Supremo de Justicia de Venezuela, bajo la batuta de magistrados leales a Nicolás Maduro, ha emitido una sentencia que pretende validar la controvertida reelección del mandatario.
Esta decisión, imaginable pero no menos indignante, resuena vacía ante los oídos de un pueblo que ha expresado claramente su voluntad en las urnas.
El dictador venezolano celebró anoche, en un festejo que muy probablemente se extenderá por varios días, rodeado de la euforia solitaria de felicitaciones de figuras como el dictador Daniel Ortega y los mandatarios del régimen cubano. Sin embargo, estas congratulaciones de gobiernos parias no hacen sino subrayar la naturaleza desesperada de su victoria. La «patraña», como acertadamente la denominó el expresidente colombiano Juan Manuel Santos, no brinda a Maduro lo que más necesita: la legitimidad y el apoyo popular genuino.
Esta «sentencia» leída con la misma convicción con la que Elvis Amoroso leyó aquel primer boletín electoral, representa un alimento efímero para un régimen hambriento de validación. Pero el verdadero apetito de la nación —una demanda de cambio, respeto a la soberanía popular y restauración de la democracia— permanece insatisfecho.
Lejos de fortalecer a Maduro, este fallo lo sumerge aún más en el fango de la ilegitimidad y el aislamiento internacional. No sólo refleja el vacío de apoyo con que cuenta sino que también acelera el desmoronamiento de lo poco que quedaba de la institucionalidad venezolana. Este fallo no es un blindaje contra la realidad, sino un epitafio de la muerte política del madurismo, un proyecto que se desvanece ante la evidencia irrefutable de su rechazo generalizado.
La sentencia del TSJ es, en esencia, el reconocimiento tácito de una derrota que Maduro y su entorno se niegan a admitir públicamente. Mientras el mundo democrático y una nación entera observan, la historia no registrará este episodio como una victoria judicial para Maduro, sino como un testimonio de su fracaso en gobernar con el consentimiento de su pueblo. Lo que sigue es claro: Venezuela no se ha rendido, y la lucha por restaurar la democracia está lejos de concluir.
Victor Julio Escalona
Editor