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Venezuela clama por justicia y libertad frente a las atrocidades del régimen
¿Qué futuro puede ofrecer un régimen que no duda en asediar la casa de una abuela de 84 años, cortar el agua y la luz a una misión diplomática, encarcelar a una paciente con insuficiencia renal crónica o llevar a la muerte a un preso político al negarle atención médica?
La respuesta es obvia, y dolorosa: ninguno. Cada día que pasa en Venezuela se suma un nuevo capítulo al inventario de atrocidades que el régimen de Nicolás Maduro perpetra contra su propio pueblo.
Una causa irrenunciable
Son más de siete millones de voces las que clamaron por un cambio el pasado 28 de julio, y no podemos olvidar su llamado. Cada vez que el liderazgo democrático convoque a manifestarse contra el madurismo, sus violaciones de derechos humanos y sus abusos antidemocráticos, hay que salir a las calles, alzar la voz y decir ¡basta!
Juan Pablo Guanipa lo expresó con claridad: “Donde sea que se encuentren, de la manera en que sea posible y seguro, los venezolanos deben reiterar lo que ya expresaron el 28-J y rechazar la intención de Maduro de quedarse en el poder en contra de la voluntad de millones de ciudadanos.”
Una lucha que no se detendrá
Manifestarse no es solo un derecho, sino una obligación moral. Cada protesta, cada concentración, cada gesto de rechazo al régimen cuenta en la lucha por recuperar la democracia y la dignidad de un país que merece mucho más que el yugo de una dictadura.
La crisis en Venezuela no es solo política, es humanitaria. Cada atrocidad cometida contra ciudadanos indefensos es una razón más para alzar la voz y mantener la presión, tanto dentro como fuera del país.
Este llamado no es solo para los que están en territorio venezolano, sino también para la diáspora, que tiene un papel crucial en amplificar el mensaje y mantener el foco de la comunidad internacional en las atrocidades que se cometen a diario.
Decir basta, tantas veces como sea necesario
Los venezolanos no están solos. La comunidad democrática internacional, los organismos de derechos humanos y la creciente movilización social dentro y fuera del país son señales de que el cambio es posible.
La protesta no es solo un acto de resistencia, es un acto de esperanza. Es un recordatorio de que el 28-J se expresó un mandato claro, y que ese mandato debe cumplirse.
Frente a la represión, el miedo y la injusticia, la respuesta de Venezuela debe ser una sola: ¡A protestar, con más fuerza que nunca!
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