La Voz del lector./
En medio del desmoronamiento de sus estructuras de apoyo, Maduro se aferra a lo único que no ha perdido: la fuerza bruta
En Venezuela, la escena política presenta un espectáculo de desolación para Nicolás Maduro. Las estructuras que una vez sustentaron su régimen, desde los consejos comunales hasta los altos mandos del Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV), han mostrado signos inequívocos de colapso. Lo que se pretendía como un mecanismo robusto de apoyo popular y movilización ha degenerado en un conjuro de escombros ideológicos, incapaces de sostener la fachada de legitimidad que Maduro tanto ansía proyectar.
Los «colectivos armados» y los «esbirros represores» emergen ahora no solo como símbolos de una administración en agonía, sino como los últimos pilares de un régimen que ha visto evaporarse cualquier vestigio de apoyo genuino. Este grupo reducido, pero letal, es todo lo que le queda a Maduro, y la brutal eficacia de su accionar parece ser la única herramienta restante en su arsenal para mantenerse en el poder.
El llamado «Alto Mando de la revolución», lejos de ser la vanguardia revolucionaria que pretende, se ha reducido a una «colección de jarrones chinos», meras figuras decorativas incapaces de motivar, movilizar o persuadir. Su única utilidad potencial para Venezuela en este momento crítico sería reconocer el mandato ciudadano y facilitar una transición pacífica y democrática. Sin embargo, esperar tal acción de quienes se han enraizado en el poder parece, desafortunadamente, un sueño distante.
Y en el colmo del aislamiento y la paranoia, Maduro ahora teme que hasta las comunicaciones privadas de sus militares -a través de plataformas como WhatsApp- puedan ser el vehículo de conspiraciones internas. Este no es el comportamiento de un líder seguro de su estatura y apoyo, sino el de un gobernante que se sabe en el borde del precipicio, aferrándose desesperadamente a cualquier forma de control, por precaria que sea.
A medida que el régimen se desmorona, los venezolanos y el mundo observan. La pregunta persiste: ¿Cuánto tiempo más puede subsistir un gobierno que se sostiene únicamente por el miedo y la represión, mientras ignora el clamor de su pueblo y los principios más básicos de la democracia? La respuesta, aunque incierta, se dibuja cada día con mayor claridad en las calles de Venezuela, donde la resistencia cívica y la demanda de cambio siguen vibrando con fuerza.
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