Vierne5./ La Voz del Lector
España reconoce a Edmundo González, desatando una serie de reacciones desesperadas del régimen de Maduro que subrayan su aislamiento y debilidad internacional

En un giro de los acontecimientos que parece sacado de un guion de telenovela política, Nicolás Maduro, Diosdado Cabello, y Jorge Rodríguez enfrentan ahora las consecuencias de sus desmanes y autoritarismos. La reciente legitimación de Edmundo González como presidente electo por parte de España no es más que el principio de un aluvión de reconocimientos que muy probablemente seguirán de otros países democráticos.
Jorge Rodríguez, en un intento por mostrar fuerza y autoridad, ha lanzado bravuconadas contra España, amenazando con cortar relaciones diplomáticas y expulsar empresas españolas de Venezuela. Sin embargo, estas amenazas parecen más un espectáculo para la galería nacional que una estrategia política viable. La realidad es que el régimen está demasiado aislado y necesita desesperadamente cualquier forma de reconocimiento internacional para mantener una fachada de legitimidad.
¿Romper relaciones con España? Eso significaría cortar uno de los pocos puentes económicos y diplomáticos que todavía sostienen al régimen en el escenario internacional. Las amenazas de detener los vuelos entre ambos países suenan aún más huecas cuando consideramos que gran parte de las aerolíneas operativas en estas rutas tienen conexiones profundas con el chavismo. Y ni hablar de expulsar a gigantes como Telefónica/Movistar o Repsol, cuyos servicios y operaciones son demasiado cruciales para el propio funcionamiento del estado venezolano.
En su intento por represaliar contra España, Maduro revela no solo su desesperación sino también la limitada capacidad de su régimen para ejercer influencia real más allá de sus fronteras. Es una paradoja de la política exterior: a medida que intentan extender su brazo, exponen su vulnerabilidad.
Así, mientras el mundo observa y más países consideran seguir el ejemplo de España, Maduro y su pandilla deben enfrentar un banquete de consecuencias que ellos mismos han cocinado. La comunidad internacional, lejos de ser intimidada por los fuegos artificiales de un régimen en las sombras, parece más decidida que nunca a apoyar la restauración de la democracia en Venezuela. El mensaje está claro: no más apoyo a dictaduras disfrazadas de democracias revolucionarias. El tiempo de Maduro en el poder se agota, y el reloj tic-tac suena más fuerte que nunca.
Vierne5./ La Voz del Lector.