Vierne5. / Editorial.
Ocho millones de migrantes, miles de presos y muertos después…

Dice el refrán que más vale tarde que nunca. Pero otro refrán también dice que después de ojo sacado, no vale Santa Lucía.
José “Pepe” Mujica, expresidente de Uruguay y una de las figuras más influyentes de la izquierda latinoamericana, sorprendió recientemente al admitir que se siente “defraudado” con el chavismo, un proyecto político al que en el pasado apoyó con fervor y que hoy, a la vista de todos, se ha convertido en una de las dictaduras más crueles del continente.
El reconocimiento de Mujica llega en un momento en que Venezuela sigue sumida en una crisis sin precedentes: más de ocho millones de venezolanos han huido del país, miles de opositores han sido encarcelados, otros han muerto bajo la represión brutal del régimen de Nicolás Maduro, y el pueblo sigue atrapado en un laberinto de miseria, corrupción y represión.
Cuando el socialismo de Chávez aún engañaba a algunos

Mujica, como muchos líderes progresistas de la región, fue en su momento un defensor del proyecto bolivariano. Creyó en la retórica de Hugo Chávez sobre la justicia social y la lucha contra la pobreza. Vio con simpatía los programas de asistencia social y las promesas de igualdad.
No fue el único. Durante años, el chavismo sedujo a intelectuales, políticos y movimientos de izquierda con su discurso antiimperialista y su promesa de un nuevo orden social basado en la justicia y la equidad.
Pero con el tiempo, la realidad se impuso. Lo que comenzó como una supuesta revolución social terminó convertido en un régimen represivo, corrupto y criminal, donde la pobreza se multiplicó, la corrupción alcanzó niveles astronómicos y las libertades individuales quedaron sepultadas bajo un aparato de control estatal.
El arrepentimiento tardío de Mujica
Ahora, años después de haber sido un aliado de ese modelo, Mujica reconoce su desilusión. “Me siento defraudado”, dijo el exmandatario uruguayo. Pero el problema con esta confesión es que llega demasiado tarde.
El daño ya está hecho.
El chavismo no solo ha destruido a Venezuela, sino que ha sembrado el caos en toda la región. Su influencia ha llegado a países como Nicaragua, donde Daniel Ortega ha replicado el modelo represivo; a Bolivia, donde Evo Morales trató de perpetuarse en el poder; y a Argentina, donde el kirchnerismo usó la corrupción y el clientelismo para mantenerse a flote.
Y lo más grave es que el chavismo ha sido el principal responsable de la mayor crisis migratoria en la historia de América Latina.
Ocho millones de exiliados, una diáspora sin retorno
Ocho millones de venezolanos han tenido que abandonar su país en busca de oportunidades, huyendo de la persecución, la violencia y la miseria. Se han convertido en refugiados, en ciudadanos de segunda clase en países donde muchas veces enfrentan discriminación, explotación y dificultades para rehacer sus vidas.
Para esos millones de exiliados, las palabras de Mujica llegan demasiado tarde. ¿De qué sirve su desilusión ahora, cuando el daño es irreversible? ¿De qué sirve reconocer el error cuando miles de familias han sido destruidas por la represión chavista?
La historia juzgará a quienes, como Mujica, decidieron mirar hacia otro lado cuando Venezuela se hundía en el abismo.
¿Aprenderá la izquierda de este error?
El caso de Mujica es emblemático porque representa la crisis de la izquierda latinoamericana.
Durante décadas, el progresismo en América Latina ha apoyado proyectos políticos autoritarios bajo la excusa de que representan una alternativa al capitalismo salvaje. Han justificado violaciones a los derechos humanos en nombre de la “soberanía” y han defendido dictaduras como las de Cuba, Nicaragua y Venezuela solo porque se oponen a Estados Unidos.
Pero lo de Venezuela ya no se puede ocultar. Es una catástrofe humanitaria que ha dejado en ruinas a un país que fue uno de los más ricos de la región.
Si la izquierda latinoamericana quiere recuperar credibilidad, debe hacer algo más que expresar decepción. Debe romper de una vez por todas con el chavismo, condenarlo sin matices y apoyar la lucha de los venezolanos por la democracia.
Conclusión: el precio del silencio y la complicidad
Las palabras de Mujica son importantes, pero no bastan. No basta con sentirse “defraudado” cuando durante años se le dio legitimidad a un régimen criminal. No basta con reconocer el error cuando ya es demasiado tarde para los millones de venezolanos que han perdido todo.
El chavismo no llegó al poder solo. Fue apoyado, financiado y aplaudido por muchos que hoy quieren lavarse las manos. Pero la historia no olvidará.
La verdadera pregunta es: ¿cuántos más necesitan “desilusionarse” antes de que la comunidad internacional actúe con firmeza contra la dictadura de Maduro? ¿Cuántos más deben morir, exiliarse o ser encarcelados antes de que la izquierda latinoamericana entienda que el chavismo nunca fue un modelo de justicia, sino una maquinaria de destrucción?
Tal vez Mujica pueda dormir tranquilo con su arrepentimiento tardío. Pero los millones de venezolanos que han sufrido las consecuencias de ese error aún siguen esperando justicia.
Vierne5. / Editorial.
Victor Julio Escalona
Editor.