Vierne5. / La Voz Del Lector
Participar en comicios organizados por el CNE del régimen solo valida un sistema que ya ha demostrado su voluntad de torcer la voluntad popular y asfixiar la democracia.

El régimen de Nicolás Maduro no ha perdido tiempo en tratar de desviar la atención de su fraude electoral del pasado 28 de julio, promoviendo ahora un debate artificial sobre la participación de la oposición en las elecciones municipales, estadales y parlamentarias. Sin embargo, la pregunta central no debería ser si se debe votar o no en esos comicios, sino si tiene sentido participar en un proceso claramente diseñado para deslegitimar a la oposición y perpetuar el poder de quienes se robaron la presidencia.
Desde esta tribuna lo decimos con claridad: la participación en estas elecciones no es más que una concesión al régimen. Conocemos el libreto: allí donde la oposición gane un espacio, el oficialismo implementará gobiernos paralelos para bloquear recursos, ahogar gestiones y garantizar el fracaso de los líderes legítimamente electos. Esto no es una especulación; es un hecho respaldado por la historia reciente. Cada vez que el oficialismo ha perdido un estado o municipio, ha respondido con un aparato de control paralelo que desmonta el poder de las autoridades opositoras y las convierte en meros espectadores sin herramientas para gobernar.
¿Tiene sentido entonces validar este sistema perverso con nuestra participación? La respuesta es un rotundo NO.
La farsa detrás de las elecciones municipales
El régimen busca, con estas elecciones, lavar su imagen ante la comunidad internacional y diluir la indignación que generó el robo de las presidenciales. Las condiciones impuestas para participar son tan absurdas como cínicas: los candidatos deben reconocer a Maduro como presidente y «pasar la página» del 28 de julio. Además, se les exige no haber apoyado las sanciones internacionales contra el régimen, como si oponerse a la corrupción y la violación sistemática de derechos humanos fuera un delito.
A esto se suma la práctica sistemática del oficialismo de «elegir» a los opositores que podrían ganar, asegurándose de que esos «aliados opositores» sean funcionales al régimen y no una amenaza real. Este control absoluto del proceso electoral convierte el debate sobre si votar o no en un simple ejercicio de manipulación para legitimar un sistema corrupto.
El verdadero dilema: defender la voluntad popular
El 28 de julio, el pueblo venezolano expresó con contundencia su deseo de cambio al elegir a Edmundo González Urrutia como presidente. Esa voluntad, respaldada por el clamor popular y cuestionada únicamente por el régimen, no puede ser ignorada ni relegada a un segundo plano bajo la excusa de «negociar espacios».
Algunos líderes políticos han intentado deslegitimar la postura de María Corina Machado, quien ha sido clara en rechazar cualquier proceso electoral mientras no se respete la voluntad del pueblo. Machado tiene razón: no se puede pasar la página del 28 de julio. Hacerlo sería validar el fraude y traicionar a quienes depositaron su esperanza en las urnas para un cambio verdadero.
¿Qué hacemos ahora?
Este editorial no busca promover la abstención como una solución, sino más bien un llamado a defender la voluntad popular expresada en las presidenciales. No se trata de boicotear elecciones, sino de exigir que los resultados del 28 de julio sean reconocidos y se respeten las condiciones básicas para un proceso electoral justo y transparente.
El pueblo ya hizo su parte. Salió a votar, enfrentó amenazas y dejó claro que el régimen no cuenta con el respaldo de la mayoría. Ahora, corresponde a los líderes de la oposición articular una estrategia contundente que presione por el reconocimiento del resultado y ponga fin a esta “plaga maligna” que ha destrozado a Venezuela.
No pasemos la página
Venezuela no necesita más farsas electorales; necesita un liderazgo capaz de canalizar el descontento popular hacia una solución real y sostenible. La democracia no se negocia. No se valida a través de procesos diseñados para favorecer al opresor. El 28 de julio marcó un punto de inflexión, y es deber de todos nosotros no permitir que ese momento se diluya en el olvido.
La lucha no termina aquí. No pasemos la página; escribamos el próximo capítulo con determinación y unidad.
Vierne5. / la Voz Del Lector.